Evangelio según San Juan 16, 20-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría.
Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada».
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En la primera lectura (Hch 18, 9-18) nos presenta información de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es cuando el procónsul Galión, era procónsul de Acaya, se encontraba en Corinto. Este actúa de manera inteligente como “laico”: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de ver, las cuestiones por las cuáles los judíos someten a Pablo son discusiones internas al judaísmo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función, por eso les dice: “Si se tratara de un crimen o de un delito grave, yo los escucharía, como es razón; pero si la disputa es acerca de palabras o de nombres o de su ley, arréglense ustedes». Lucas lo subraya con toda intención, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión del fanatismo de sus adversarios.
Los judíos no se dan por vencidos llevando la situación al extremo para hacerle la vida difícil a Pablo. ¿Te suena esto familiar? ¿Alguien te ha hecho la vida más difícil? Pero todo lo contrario a lo que ellos podrían esperar, Pablo queda confortado y confirmado en su misión: está haciendo lo que quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique también a los paganos y se lo revela a través de una visión, «No tengas miedo. Habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá la mano sobre ti para perjudicarte. Muchos de esta ciudad pertenecen a mi pueblo». Esto sucede porque Pablo tiene su confianza en Dios.
Estos continuos conflictos expresan – una vez más – la seriedad del problema del paso a los paganos para las primeras generaciones cristianas. Es casi una idea fija: ¿Cómo explicar el hecho de que el pueblo de la promesa hubiera rechazado a Jesús, mientras que éste era acogido por los despreciados paganos? Pero es el Señor – nos asegura Lucas- quien dice: “En esta ciudad hay muchos que llegaran a formar parte de mi pueblo”, como en otras muchas ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos paganos. Y en Corintio, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura griega, la confrontación con el paganismo no iba a ser algo fácil: dieciocho meses en Corintio representan una verdadera iniciación en la evangelización de los gentiles. Esto nos habla de que hay que perseverar en las tareas que no son fáciles y que lo que nos cuesta trabajo por lo general es lo que vale la pena. No es hacer lo que me gusta sino hacer la voluntad de Dios y lo que mejor conviene para la salvación de los demás.
Finalmente, concluye Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después hacia Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en un solo lugar, aunque fuera con provecho, pudo parecerle excesivo.
Jesús, cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con Él: v. 20), se vale de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21) para expresar el paso de la aflicción a la alegría sobreabundante. La alegría de la mujer es doble: han terminado sus propios sufrimientos de los dolores del parto y ha dado al mundo un nuevo ser, su hijo/a. La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en la vida nueva que es la Pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús explicando la comparación en sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte en la cruz del Hijo de Dios se transformará en gozo el día de la Pascua, en una alegría sin fin que “nadie podrá quitar” a los discípulos, porque está arraigada en la fe en Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.
¿Tu fe está arraigada en Dios? ¿Qué es lo que te quita tu alegría sin fin?
Jesús ha hablado del tiempo inaugurado con su resurrección; a continuación, añade “Cuando llegue ese día, ya no tendrán necesidad de preguntarme nada” (v. 23b). La expresión “ese día” no se refiere sólo al día de la resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el Espíritu Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo que sea necesario. Desde el bautismo hemos recibido al Espíritu Santo y estamos llamados a vivir una vida en plenitud.
¿Te dejas guiar por el Espíritu Santo y vives plenamente tu vida?
La alegría se sobre pone al sufrimiento y esto empieza en la vida del misionero como condición necesaria para lograr la alegría eclesial. Es decir, si tu vida no está llena de alegría y paz dada por el Maestro, como habrá paz y alegría en la Iglesia o en tu familia o en el mundo. El apóstol Pablo nos da ejemplo claro de ello, porque él en medio de las persecuciones que le vinieron a causa de la predicación del Evangelio, afirma: “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.” (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo los convertidos acogen “la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones.” (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están “como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos.” (2 Cor 6,10).
Estamos terminando el mes de mayo, dedicado a la Virgen María. Cuentan con mis oraciones, para pedir a nuestra Madre que los cubra con su amor y los ayude en sus necesidades con su intercesión ante su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Porque Jesús, quien es el mejor hijo, escucha los ruegos de su madre, y el Espíritu Santo, el esposo fiel, no va a dejar que su esposa, la Virgen María, sufra por cada uno de nosotros sus hijos.
¡Lee la Biblia, confía en la misericordia de Dios y tu vida se transformará!
En Cristo y Santa María de Guadalupe
Padre Enrique García Elizalde